Confluyen en cada poeta circunstancias, percepciones, sentimientos, pensamientos o ideas distintas, de ahí que la poesía sea también distinta, las señas de identidad difieren de uno a otro, bien por la edad –por lo vivido- o por la propia concepción del mundo de cada uno. De esta manera si la poesía de Perfecto Herrera, en palabras de la prologuista del libro, Pilar Quirosa, «nos lega impactantes momentos de eternidad en la captación de la imagen, pasajes italianos y el profuso legado literario», Francisco Ortiz «nos acerca al paisaje del levante almeriense, trazando una topografía llena de singularidad», en José Moreno «Emigración y vida trazan una línea paralela a la memoria sentimental, un recorrido intenso y compartido, desde una voz matizada por los recuerdos», y, finalmente, la poesía de María Ángeles Lonardi que nos transporta a «un jardín sensorial, de herencia modernistas, donde se detienen las pausas, los deseos vitales y la esperanza». Me detendré en este último libro “El jardín azul”, de María Ángeles Lonardi, quien desde el año 2002 reside en Almería. El hecho de su condición de emigrante, de la hermana Argentina, y la temática que nos propone, motivan que dedique este breve comentario. Me interesa la cuestión migratoria por cuanto dicha condición genera una visión del mundo distinta, en su sentido de adaptación al medio nuevo, a las costumbres del lugar, cultura, formas de vida, comportamientos humanos, etc. De manera que la poética de Lonardi bebe de todas las transformaciones que el yo poético adopta en el proceso de mestizaje-paisanaje, sin olvidar las diferencias respecto al paisaje, la naturaleza. Para Lonardi todo esto no es sino un jardín, que apellida o adjetiva “azul”, de ahí la referencia al modernismo de Pilar Quirosa en la figura de Rubén Darío, pero que también podríamos entender que se trata de otra clase de jardín (¿barroco?), que el profesor y poeta murciano David López García trata en su libro “Babilonia de flores”, referido a ese «lugar sagrado abierto para aquellos que se hallen o no enfermos de los males del alma». En cualquier caso, el jardín invita a la meditación siempre, a la observación detenida de cuanto acontece en su recinto, y por ello Lonardi confiesa:
«No podemos detenernos a mirar en los charcos…
No podemos rendirnos:
Hay que construir un mundo
donde soñar sea posible».